TEXTOS PROTEGIDOS

miércoles, 10 de junio de 2009

Imprevisto reencuentro


¿Te acuerdas de mí?-dije. Me miró mientras se quitaba las gafas. Sí, era él, era aquel hombre que conocí en la Feria del año pasado. Estaba otra vez allí, pidiéndome una muestra con su mirada expectante. Sus ojos se clavaron en los míos, el tiempo se paró, y ambos recordamos la noche de la cena para diseñadores de prendas de seda. Una descarga escalofriante me alcanzó la nuca y me inmovilizó, mientras recordaba como hicimos el amor bajo el cielo Turco. Volví a sentir idéntico deseo. Sin hablar, nos citamos a la misma hora, en el mismo lugar.

Llegué puntual y él ya estaba allí, esperaba apoyado sobre una pierna, con aire juvenil teñido de cuarenta. Cabizbajo y pensativo. Mientras, le observé durante unos segundos, el tiempo suficiente para que despertara en mí un interés más allá de lo físico. Era la segunda vez que estaríamos a solas. Hombre de ojos claros y profundos a la vez, de coincidentes facciones fuertes y dulces, de sonrisa esperanzadora. Nunca había visto a alguien como él, quizás por eso me dejé arrastrar por el capricho de tocarle un año atrás.
Nos saludamos con cariño de nuevo. Nos sentamos y la conversación fluyó, nos conocimos un poco y tomamos vino. Yo tenía tantas cosas que explicarle que no sabía por donde empezar. Al final de la noche convenimos vernos al día siguiente al finalizar la jornada, y antes de coger nuestros respectivos aviones.

Eran las seis de la tarde cuando se presentó ante mí casi por sorpresa, pensé que llegaría antes. Nos miramos sin saber como redirigir nuestra extraña historia, porque los dos ansiábamos compartir mucho más, aunque ya lo hacíamos y él lo ignoraba por completo. Era injusto, lo sé, lo sentía tanto..., había intentado localizarle. Tenía que explicárselo y no sabía por donde empezar.
Todavía sin hallar la solución y sin yo haber sido capaz de iniciar mi íntimo discurso, fuimos interrumpidos por mi acompañante durante aquellos días, mi hermana. Ella apareció con un bebé en los brazos.
Nos observamos en el silencio del momento, y sin parpadear se lo dije, él lo entendió y me abrazó. No me pidió explicaciones, solamente susurró "No quiero viajar solo nunca más".

A él le temblaban los labios y yo asentí y acepté.